eldiario.es. Andrés García Berrio / Júlia Trias Jurado – Miembros de Iridia-Centro por la Defensa de los Derechos Humanos
En el perímetro fronterizo que separa Ceuta y Marruecos hay un solo acceso con dos vías de entrada. Hay una sola vía para los 10.000 coches que cruzan diariamente la frontera, y otra vía para las 25.000 personas que, también cada día, hacen el mismo trayecto. Bajando en coche por las montañas que rodean Ceuta ya se avista la forma de embudo de la frontera: entre cuatro y cinco carriles separados por pequeños muros de cemento se convierten más adelante en una sola fila por donde poder cruzar. Colas de hasta tres y cuatro horas para pasar la frontera en coche pesan para todas, pero sobre todo para las personas que deben entrar y salir cada día para trabajar, o para las que trabajan pasando mercancía a través de ella. En el recorrido se pasa por hasta cinco puestos de seguridad donde piden y revisan los papeles. Dos vallas de más de seis metros marcan un pasillo estrecho y largo donde, al final, nos encontramos con un grupo de cuarenta personas que intentan entrar en territorio español.
Dos agentes de policía nacional controlan la entrada. De repente, uno de los agentes empieza a gritar y empuja a todo el grupo para atrás, formando una avalancha. De entre el grupo, un hombre se atreve a adelantarse y le enseña los papeles, que tiene guardados en un sobre de plástico. «¿Qué es esto? ¿Qué es esta mierda?» – dice el guardia cogiéndole el sobre. «¿Sabes lo que te digo? Que te quedarás aquí, a un ladito y sin molestar. Y ya, si eso, mañana te digo algo sobre tú y tus papeles». Entonces los policías se percatan de nuestra presencia. Se dirigen a nosotras de manera educada y les dicen a ellos que nos dejen pasar. En pocos sitios se pueden detectar los privilegios ligados al proceso de racialización y al país de origen como en una frontera. Detrás de los agentes, sigue el mismo pasillo bordeando el mar. Al salir, a la derecha, se encuentra la playa del Tarajal. Cuando nos percatamos, aún movidos por la situación que acabábamos de vivir, un silencio incómodo nos invadió. Las 14 personas muertas en 2013 presentes. Unos metros más allá, en la primera rotonda, un guardia civil le da golpes al fajo que lleva una porteadora en la espalda mientras le chilla: «¡A ver, tú! Quiero ver lo que llevas dentro de este fajo, ábrelo. No te moverás de aquí hasta que no lo abras». De repente nos ve y grita al grupo de porteadoras: «A ver, dejad de molestar, dejadles pasar”. A nosotras nos trataba como personas, a ellas no. Así fue nuestra primera entrada en Ceuta. Probablemente un día cualquiera en Ceuta, pero no fue una experiencia cualquiera para nosotras. Dos situaciones al azar, dos muestras de profunda violencia y de racismo. Tuvimos una sensación similar a la que experimentamos la primera vez que entramos al CIE en el 2010. La profunda sensación de encontrarnos en un lugar de no Derecho, de impunidad frente a la violencia institucional. (SEGUIR LEYENDO EN FUENTE ORIGINAL)